Su “mano invisible” nos lleva a culturas de ahorros de costos, empezando por aquellos que tienen que ver con el desecho industrial. Tenemos un río, que desemboca en un estuario que parece un mar y lo que a él vaya quedará diluido.

Así empezó todo y terminó con el colapso al que se sometió a la industria nacional, durante la dictadura cívico militar con los liberales de Martínez de Hoz. Una familia altamente vinculada a los procesos cárnicos, terratenientes y contaminadores de la cuenca. Entendemos que el cierre masivo de industrias en esa época trajo desocupación, miseria, industrias que funcionaban marginalmente y contaminaban más que antes, así como grandes extensiones libres de tierras para que aquellos desesperados que no tenían donde ir se afinquen.

Nuestra América Morena en sus contornos está llena de estas calamidades, ya que nuestros puertos han sido los lugares por donde salieron nuestras riquezas. No son puertos “hacia adentro”. La cantidad de vías hidrográficas que se poseen hubieran generado una mayor integración regional y prosperidad.

Las desavenencias de nuestra sociedad, sumida en luchas intestinas, intentaron salvarse con la Constitución Nacional. En ella se resume un acuerdo de convivencia del cual deriva la creación del Estado para garantizar derechos y obligaciones, pero también la vida. Que alguien ponga por sobre este pacto social al Mercado, supone romper un pacto de convivencia, en el cual la propiedad privada es superior a todo y pareciera ser el único derecho.

Que se vuelva a pensar que la abundancia de agua tiene precio cero y por una cuestión de equilibrios se la pueda contaminar, es retroceder 200 años. Que una vez contaminada se transforme en un bien escaso que tendrá un precio y por eso alguien la recuperará en forma de negocio, es no saber nada de la historia de nuestra Argentina.

Es notable la conjunción de arbitrariedades e ideas inconstitucionales que se suman detrás de Javier Milei. También es notable que sus guardias pretorianas económicas sean aquellos Chicago Boys de Martínez de Hoz, encabezados por Roque Fernández. Todas verdaderas e históricas castas.

Un buen ejercicio de memoria para aunar la libre contaminación de los ríos esgrimida por estos libertarios es releer la carta de Rodolfo Walsh a las juntas militares:

Basta andar una hora por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes solo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él los residuos industriales y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe”.

Foto: Pedro Pérez

Entonces, lo que se propone desde la bravata gesticulante en el atril siempre será el azote de la miseria, con su preámbulo de disciplina social para deshumanizar la vida Abolir los derechos conseguidos tras tantas luchas con esa constitución liberal que a nosotros también nos limita, es su ofrenda a la libertad. Con muchas contradicciones hemos podido construir trabajosamente sobre esa “Carta magna”, hasta nuevo y necesario acuerdo.

La economía política (así se la enseñaba hasta 1976, cuando pasó a ser solo una cuestión de mercado y matemáticas) que promueve el neoliberalismo libertario ha logrado convencer a muchos o tal vez hacer creer vía la colonización pedagógica de los medios y sus creaciones que son inevitables. Eso es lo peor, pues impide entender para resolver. No solo la contaminación de los ríos sino la de las mentes.

No existe cordón sanitario para prevenir esta contaminación, una vez más nuestro principal recurso será nuestra gente en las calles. Esos hombres y mujeres que, con dedicación y generosidad han decidido afirmar los valores de justicia social, solidaridad y derechos, comenzando a organizarse en pegatinas, charlas, parques y plazas para persuadir y convencer.