Revisando el 9 de Julio de 1816: Una Mirada Crítica. Por Oscar Rodríguez
Revisando el 9 de Julio de 1816: Una Mirada Crítica
Por Oscar Rodríguez
El 9 de julio de 1816 es una fecha emblemática en nuestra historia, celebrada como el día en que las Provincias Unidas del Río de la Plata se declararon independientes del dominio español.
Sin embargo, desde una perspectiva crítica, es esencial reconsiderar este evento para comprender mejor sus implicancias reales y sus efectos sobre las diferentes clases sociales de la época.
La narrativa oficial nos presenta la independencia como una lucha heroica y unánime por la libertad. Pero la realidad es más compleja. Las élites criollas, que lideraron el movimiento independentista, estaban impulsadas por intereses económicos y políticos específicos.
La independencia no solo fue una lucha por la autodeterminación, sino también un esfuerzo por liberarse de las restricciones comerciales impuestas por la metrópoli española y abrir nuevos mercados internacionales, particularmente con Gran Bretaña, que estaba ansiosa por expandir su influencia económica en la región.
La influencia de Gran Bretaña en el proceso independentista fue significativa. No solo ofreció apoyo material y diplomático, sino que también tenía un interés estratégico en debilitar a España y promover el libre comercio en América Latina. Esta intervención británica, que a menudo se minimiza en la narrativa oficial, fue crucial para entender el contexto internacional en el que se produjo la independencia. Al igual que el discurso actual de algunos políticos que promueven la apertura irrestricta al comercio exterior, en aquella época, la independencia económica estuvo fuertemente condicionada por intereses externos que buscaban su propio beneficio.
La independencia no significó el fin de los conflictos internos en las Provincias Unidas. Las luchas por el poder entre distintas facciones y regiones se intensificaron, llevando a una serie de guerras civiles que fragmentaron políticamente al país durante décadas. Los intereses regionales y las ambiciones personales de los líderes locales prevalecieron sobre la construcción de un proyecto nacional común. La narrativa oficial a menudo omite la brutalidad y las traiciones que caracterizaron esta época, pintando un cuadro más armonioso de lo que realmente fue.
Para las clases populares, la independencia no trajo consigo una mejora inmediata en sus condiciones de vida. Las estructuras de poder y las desigualdades sociales que existían bajo el régimen colonial en gran medida persistieron. Los campesinos, los pueblos originarios y los afrodescendientes, quienes participaron activamente en las guerras de independencia, a menudo no recibieron el reconocimiento ni las recompensas que se les prometieron. Este fenómeno refleja una constante en la historia argentina, donde las élites logran capitalizar los cambios políticos mientras las masas populares continúan en situaciones de precariedad.
La construcción de una identidad nacional tras la independencia tendió a invisibilizar la diversidad cultural y étnica de la población. La cultura de los pueblos originarios y afrodescendiente fueron marginadas en la narrativa nacionalista que buscaba homogenizar la identidad argentina bajo un modelo eurocéntrico. Esta exclusión cultural sigue teniendo repercusiones en la actualidad, donde muchas comunidades continúan luchando por el reconocimiento y la preservación de sus identidades y derechos.
Tomando parte del discurso del presidente Milei en Tucumán en la celebración del 9 de julio podemos hacer una analogía en relación a los reales intereses en ambas épocas, la apertura irrestricta al comercio internacional y la eliminación de barreras económicas lo hace pertinente.
Este discurso, que promueve la idea de que la apertura total de los mercados traerá prosperidad y desarrollo, ignora las lecciones de nuestra propia historia. La apertura económica no beneficia a las clases populares, sin embargo sirve a los intereses de potencias extranjeras y élites locales.
La independencia de 1816 buscaba, entre otras cosas, liberar el comercio de las restricciones españolas, pero esta liberación frecuentemente favoreció a intereses británicos y a los comerciantes más poderosos, mientras que los sectores populares continuaron enfrentando pobreza y explotación.
De manera similar, una apertura económica sin regulaciones adecuadas hoy podría perpetuar las desigualdades y beneficiar a pocos a expensas de muchos.
Por cuánto la revisión crítica de nuestra historia es un paso fundamental para construir una sociedad más justa e inclusiva. La independencia fue un hito importante, pero no resolvió todos los problemas estructurales de desigualdad y exclusión. Reconocer las luchas y las contribuciones de las clases populares, así como la diversidad cultural de nuestro país, es esencial para avanzar hacia una verdadera democracia participativa. En este sentido, debemos cuestionar las narrativas oficiales y abrir espacio para las voces que han sido históricamente silenciadas. Solo así se puede entender plenamente nuestro pasado.
La revisión crítica del 9 de julio de 1816 también nos ofrece una valiosa lección sobre los peligros de adoptar un modelo como el pretendido por el gobierno actual, donde la apertura irrestricta de mercados y la eliminación de regulaciones son vistas como soluciones mágicas a los problemas económicos. Este enfoque ignora las profundas desigualdades que tal modelo puede perpetuar. Al priorizar los intereses del capital por encima del bienestar de la población, se van a replicar las mismas dinámicas de exclusión y explotación que hemos visto a lo largo de nuestra historia.
En lugar de avanzar hacia una sociedad más justa, vamos a profundizar aún más las brechas sociales, beneficiando a unos pocos a expensas de la mayoría. La historia nos muestra que la verdadera libertad y prosperidad no pueden lograrse sin equidad y justicia social. Es fundamental recordar que el progreso económico debe ir de la mano con la inclusión y el bienestar de todos los sectores de la sociedad.