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El caranchismo, la inseguridad de los intendentes porteños de Lanús y la muerte de una nena. Por Maximiliano Borches

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Por Maximiliano Borches

Una niña va camino a su escuela, como todos los días. Tiene 11 años. Se llama Morena Domínguez y vive en la localidad de Villa Diamante, en el partido de Lanús. Camina abrazada a sus ideas, pensamientos y sensaciones que de a poco se van despidiendo del universo infantil para ingresar en lo que hoy popularmente se denomina “etapa de pre-adolescencia”.

A pocos metros de llegar a la Escuela Almafuerte N° 60, ubicada en la calle Molinedo al 3200 de la localidad de Villa Diamante, partido de Lanús, es asaltada por dos hombres montados en una moto robada, que con ferocidad le arrancan la mochila escolar y le quitan su teléfono celular. Recibe golpes en la zona del abdomen que serán mortales. La nena de 11 años cae al suelo y ya no se puede incorporar. La hemorragia interna se convierte en la ruta por donde la muerte avanza para apoderarse de esa corta vida. Los dos hombres -los criminales- huyen sin siquiera saber que esos golpes iban cargados de muerte.

Ante los gritos de la nena y los de un trabajador barrendero que se encontraba en el momento y lugar justo, un vecino llama a la ambulancia del SAME. Ésta tarda 40 minutos en llegar al lugar; tiempo en que se definió el trágico destino de la nena. Al llegar al Hospital Evita, pasados veinte minutos, Morena fallece. Evita vuelve a llorar la muerte de otra hija del pueblo, a manos de excluidos y marginales del pueblo.

Los dos principales detenidos por el crimen de la nena son mayores de edad, no menores. Narración que intentó imponer el intendente interino y responsable de la seguridad del Municipio de Lanús, Diego Kravetz, que ni siquiera vive en Lanús, sino en el exclusivo barrio de Puerto Madero, al igual que su mentor; el intendente y ex testaferro de Mauricio Macri, Néstor Grindetti, que a pesar de gobernar Lanús hace ocho años, no dejó de vivir en el por momentos coqueto barrio porteño de Caballito, y que además decidió abandonar la responsabilidad política conferida a través del voto de las y los lanusenses, para jugar a ser presidente del alicaído Club Atlético Independiente y precandidato a gobernador bonaerense por la lista de la polifacética enamorada de la violencia estatal y una de las principales dirigente del PRO, Patricia Bullrich.

Que los dos intendentes de Lanús no vivan en Lanús, sino en barrios caros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no es una casualidad. Es el testimonio del desprecio que le tienen al territorio que gobiernan. Es la demostración más cabal de que ejercen su responsabilidad política de gobernar, como si fuese un trabajo gris de oficina en el que tienen que cumplir horario, y luego se van a sus casas. Un funcionario público, y más aún un funcionario público que tiene responsabilidad ejecutiva, no solo debe conocer y vivir en el territorio que gobierna, debe estar al servicio las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, hasta que finalice su mandato otorgado por el voto (y la confianza) popular. Nada de esto sucede con Grindetti y Kravetz en Lanús.

Hasta acá el relato de lo sucedido. Las imágenes que no puedo dejar de imaginar sobre esos últimos momentos de vida de la nena, son las de ella caminando con sus once años, su guardapolvo blanco, su mochila, sus ideas, su celular, el beso último que esa mañana recibió de su papá y de su abuela. Todo esto me produce un estremecimiento que va a tardar mucho en irse.

Nuestros niños, nuestras niñas, caminan desamparados en comunidades desamparadas. Varias son las causas que terminan en espantosos hechos como el relatado hasta aquí. Varios, también son sus responsables (los intendentes porteños de Lanús, la Justicia, la Policía Bonaerense que mantiene todos los vicios por la cual generó su maldita fama, etcétera)

Lo concreto, es que una nena de once años que caminaba rumbo a su escuela fue asesinada a consecuencia de la dependencia desesperada por la exclusión social que genera la droga de pésima calidad comprada en ese u otros barrios obreros, y regenteada por oscuros personajes que viven en lujosos countries y barrios privados, en cuyas agendas de sus teléfonos celulares guardan números telefónicos de jueces, fiscales, comisarios, algún que otro puntero y dirigente social, y un puñado de dirigentes políticos.

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