El día siguiente al intento de magnicidio contra la Vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, fui a buscar a Beinusz para ir a la manifestación en repudio al atentado que se hizo en Plaza de Mayo. Teníamos que encontrarnos con los integrantes de la AAJ en Diagonal Norte cerca de la plaza.

Tomamos el subte en la estación Scalabrini Ortiz en el barrio de Palermo. Miles de personas jóvenes que coreaban consignas y cantaban por Cristina, desbordaban los vagones y colmaban los andenes de la última parada de esa línea. Íbamos muy apretados hacia la salida y de pronto vemos a Claudia parada frente a nosotros en la puerta de la escalera que lleva a la Plaza.

Claudia Rocca es la presidenta de la rama argentina de la Asociación Americana de Juristas. Es una mujer joven, de tez clara, ojos muy abiertos y sonrisa leve, postura erguida que anticipa un carácter fuerte. Es la compañera de vida durante los últimos catorce años de Beinusz.

¿Cómo podía estar ahí en medio de esa enorme multitud, esperando a su amor sin haber acordado ese encuentro?

Ninguno de ellos se sorprendió como yo. Claudia me explicaría después, en el velatorio, que esos encuentros inesperados eran casi una constante entre ellos, bastaba que se imaginaran para que ocurriese.

El último mensaje que recibí de Beinusz por whatsapp fue el domingo pasado por la tarde-noche, menos de dos días antes de su muerte.

Beinusz compartió ese día la nota del colega Jorge Elbaum sobre el embargo y la confiscación del avión venezolano de EMTRASUR ordenado por un juez argentino a solicitud de EE.UU, un asunto que lo apasionaba como tantos otros en los que advertía una injusticia.

Hombre de derecho (aunque se recibió muy joven de abogado, fue una carrera que no pensaba seguir), no se detenía sólo en observar el incumplimiento de las normas jurídicas. Le importaba aquello que a criterio de algunos jueces y de cierta legislación favorable a los poderosos, afectaba los intereses de los nadies y del país y el mundo más justo que quería.

A tal punto era así, que a los 91 años y con muchos achaques, jamás dejaba de asistir a una manifestación en la que estuviera en juego lo que consideraba importante y necesario para defender sus principios, su inquebrantable voluntad en la lucha por los derechos humanos y sociales.

Prueba de ello fue su participación en la movilización del 1 de febrero último que llegó hasta las puertas del edificio donde funciona la Corte Suprema de Justicia y el despacho de sus integrantes para quienes se pidió el juicio político. Norita Cortiñas y Taty Almeida, Madres de Plaza de Mayo, entre otros integrantes de organismos de derechos humanos, jueces y dirigentes políticos y gremiales, gritaban “Basta de mafia judicial”.

Leí algunas crónicas que los medios publicaron sobre ese acto, cuyo locutor fue otro colega, Claudio Orellano, pero ninguna daba cuenta de la presencia de Beinusz entre los asistentes. Quizá porque no estuvo en el palco, ni fue uno de los oradores, pero ahí estuvo él de cuerpo presente, como militante y Presidente del Consejo Consultivo de la AAJ.

Claudio me llamó consternado cuando le envié la noticia de su muerte porque lo había abrazado esa tarde y no lo podía creer.

Minutos antes Matías Bailone, un joven jurista argentino muy cálido, que desborda talento, le había pedido a una de mis hijas que me confirmara el fallecimiento de su gran amigo Beinusz Szmukler.

Estaba escribiendo algo en la computadora y lo primero que hice mientras intentaba reponerme de ese mazazo, fue escuchar Sueño con Serpientes, la canción que Silvio Rodríguez introduce con el poema de Bertold Brecht que define como imprescindibles a los que luchan toda la vida y Beinusz fue uno de ellos y era mi amigo.

En el comunicado de la Asociación Americana de Juristas, que informa “con profunda tristeza” su muerte, se puede leer que Beinusz fue parte esencial de la fundación de esa entidad en 1975 en Panamá. Una ONG con estatuto consultivo ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, a la que su fundador sostenía y amaba con todas sus fuerzas.

“Fue nuestro comandante supremo” le diría Claudia a Luis Carlos Moro, actual Secetario General de la AAJ continental en un video que le enviaría a través del programa Patria Grande, horas después de haber dejado los restos de Beinusz en el crematorio de la Chacarita.

Tuve claros privilegios en la vida al conocer mujeres y hombres de excepcional valía, Beinusz fue uno de ellos.

Podría escribir muchas páginas relatando historias de Beinusz, muchas más si tuviese que incluir los copiosos datos de su curriculum, aunque esa etapa fundamental de su actividad se puede encontrar en incontables crónicas y reseñas que se han publicado en libros, medios gráficos y en la internet.

De su compromiso en la lucha política en defensa de los oprimidos, de la democracia y la soberanía de países como Cuba, amenazadas y cercadas por los grandes centros del poder mundial en occidente, me contaba cuando nos reuníamos en el bar de la esquina de su casa en Scalabrini Ortíz y Juncal y en algunos otros de las inmediaciones.

Lo escuchaba a veces, extasiado yo, entusiasmado con el recuerdo él, contar sus encuentros con Fidel Castro en su casa de la Isla. “Estuve con uno de tus tocayos”, me dijo a propósito del almuerzo con Ernesto Cardenal en Managua y ahí era cuando yo buscaba en el celular, la Oración por Marilyn Monroe, del poeta nicaragüense y líder de la revolución sandinista.

Le leía ese poema : Señor/ recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe/ aunque ese no era su nombre/ ( pero tú conoces su verdadero nombre,/ el de la huérfana violada a los 9 años/ y de la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)/ y que ahora se presenta ante Ti sin ningún homenaje/ sin su Agente de Prensa/ sin fotógrafos y sin firmar autógrafos/ sola como un astronauta frente a la noche espacial….

Beinusz conocía la poesía de Cardenal y me decía- “Recitás muy bien che, tendrías que haberte dedicado al teatro- Y nos reíamos y él hablaba de su voz, de esa voz profunda, grave, inconfundible, que le había valido tanto para que siempre lo eligieran como locutor en los actos partidarios, como para afirmar su condición de seductor. Una voz que conservaba a los 91 pero que se empastaba un poco en el micrófono del teléfono.

Esa voz, que cualquiera que lo llamara al celular cuando no podía contestar, escuchaba en el contestador dondel que había grabado sólo su apellido, deletreando con cuidado y estirando la complicada combinación de la S seguida de Z—SZZZMUKLER—

A propósito de su apellido, mi amigo José, de padres polacos como Beinusz, me dijo que Schmukler era de origen alemán, y significa mercero o pasamanero, y era muy probable que un antepasado tuviera ese oficio. La sz, me explicó, es la polaquización de la sch. Y quizá, tomando la hipótesis de Enrique Pichón Riviere, ese apellido tenga algo que ver con el “mandato” que recibió el padre de Beinusz para realizar esa actividad cuando llegó a Buenos Aires.

En el primer piso de la casa de velatorios hay una sala colmada de personas reunidas para acompañar a Beinusz durante la noche previa a su último viaje al cementerio de la Chacarita.

El parloteo incesante contrasta con el silencio que será eterno, de ese cuerpo apretado dentro de un cajón de madera clara, que supo pertenecerle a Beinusz.
El féretro está envuelto en una bandera argentina y otra roja con la Hoz y el Martillo y sobre el extremo que cubre los pies, una flor blanca que alguien eligió. Es la flor nacional de Cuba, la Mariposa.

Otra flor, un pimpollo de rosa roja fue puesta sobre el ataúd a la altura del pecho. Recordé entonces la flor roja que la orquesta del maestro Pugliese dejaba sobre el teclado de su piano cuando lo llevaban preso a Devoto por su militancia en el PC, el partido de Beinusz.

Pero además de la militancia compartida, Beinusz había sido socio de Pugliese en una productora discográfica que no tuvo éxito.

A la mañana siguiente volví muy temprano a la casa de sepelios en el barrio de Belgrano. El traslado al cementerio estaba pautado para las 10.30. Sentada muy quieta en la sala vacía, sólo estaba Luisa, única hermana de Beinusz.

– Fue todo para mí, un héroe- me dijo -un revolucionario desde que tenía seis años. -Mire, cuando en 1937 el barco que lo traía desde Polonia, pasó por España, él fabricaba balas para los republicanos que luchaban contra Franco, con el papel plateado de los paquetes de cigarrillos.

Luisa habla muy suave, aprieta mi mano y llora. Habla de su infancia. Yo nací aquí -Mi padre que había venido antes que mi hermano y mi madre, era un cuéntenik (vendedor ambulante en idish), y sus peleas con Beinusz cuando era adolescente, fueron terribles.

– Mi madre no militaba pero sus ideas eran de izquierda, mi padre era un apasionado defensor de Israel, a punto que decía que los comunistas eran nazis.

Beinusz se levantaba con ira.

– Pero antes cuando Beinusz iba a la primaria, casi siempre volvía con magullones y la ropa rota. Mi madre le preguntaba y él le respondía, me dijeron que era “un judío de mierda”.

¿En el secundario? No, en el secundario ya era el líder al que todos respetaban.
Los compañeros lo habían elegido secretario del Centro de Estudiantes del Colegio Manuel Belgrano después de las jornadas de lucha de 1947, por la ampliación del bachillerato nocturno a todos los colegios secundarios de la Capital Federal, para que los estudiantes de condición humilde necesitados de trabajar pudieran asistir a clases.

Beinusz, que además de Fidel, de Cardenal, de su relación con Pugliese, se había encontrado con Yasser Arafat en Palestina, con Lula, que fue recibido por Juan Pablo II en el Vaticano, que en una ocasión viajó a Libia con Kadaffi y muy sorprendido me dijo-¿ Sabés a quién encontré ahí ? A Isabelita, Isabel Perón- Pasaba horas conmigo en el café o en el teléfono.

No lo podía entender y se lo decía y me sorprendía todavía más cuando me decía.- Me gusta mucho conversar con vos Lucero. Nunca me llamaba Ernesto, mi nombre de pila que sólo tuvo en cuenta cuando se refirió a mi condición de tocayo de Ernesto Cardenal, un hombre que lo había impactado.

Pero Beinusz no sólo conversaba conmigo, aceptaba de buen grado invitaciones que a veces le hacía a último momento.

Recuerdo una que luego derivó en un encuentro muy significativo. Jorge Zima, cineasta y músico, presentaba su último disco en la casona de su sobrino Lito Vitale en San Telmo.

Pensábamos quedarnos un rato para conversar con algunos de los invitados y con el autor del disco Me Río de la Plata, cuando Beinusz recibió un mensaje en el que le decían que no podía faltar a una cena en la embajada de Cuba.

-Tengo que ir. Me llevás?- Llegamos a la sede de la embajada en Belgrano cuando ya todos los invitados habían terminado la cena. El embajador Prada y su esposa Magda nos hicieron un lugar en la mesa a la que estaba sentada entre otros la periodista Stella Caloni y un invitado especial que abrazó a Beinusz. Era Tony Guerrero, uno de los Cinco Cubanos, condenado a 21 años de prisión por espionaje en EE.UU en 2009.

La historia de los “Cinco de Cuba” es muy conocida y la prensa cubana los reconoce como “héroes prisioneros del imperio”, La película Red Avispa, título en castellano, narra la historia de los “Cinco” y fue estrenada en Venecia en 2019.

En una entrevista de Granma en 2004, Beinusz sostuvo, respecto del proceso judicial que condenó a los “Cinco”: “ Estamos en presencia de la violación de los principios del Derecho Penal Liberal que tiene una historia de más de 200 años…y cuando se conozca va a merecer la repulsa general”.

El embajador cubano Pedro Pablo Prada que estuvo en el velatorio, afirmó que Beinusz “fue un actor relevante en la causa de los Cinco Héroes”, además de ser “un militante permanente de la Revolución Cubana”.

María Laura Garrigós de Rébori, ex jueza de Casación y fundadora de Justicia Legítima, Luis Niño, ex juez de Casación Penal de CABA, Carlos Cruz, abogado académico, ex Interventor de la UIF, Cristina Caamaño, ex fiscal y ex interventora de la AFI, propuesta para ser embajadora en Israel y a la espera de la aprobación de su pliego por el Senado, son sólo algunas de las numerosas personalidades que fueron a despedir a su entrañable amigo Beinusz.

Claro que también estuvo la extensa familia de mi amigo. Entre todos ellos su nieto Manuel.

Raúl Zaffaroni fue al día siguiente para unirse al cortejo fúnebre hasta la Chacarita. El ex ministro de la Corte vino acompañado por el jurista Matías Bailone, otro de los grandes amigos de Beinusz.

Supongo que a todos los que pasaron por la siempre dolorosa experiencia de despedir a un ser querido, cada vez que se ven en la misma situación recuerdan las vivencias anteriores.

Había dejado la camioneta (a la que Beinusz subía sin aceptar ayuda, cada vez que lo buscaba por su casa y exclamaba divertido- “pero esto es un camión”), a unos 100 metros del crematorio y caminaba bajo el sol caliente de ese mediodía, recordando a mis muertos, por un caminito al costado de las tumbas de un lado y de frondosos eucaliptos del otro.

Invisibles entre las altas copas de los árboles que acarician el cielo, cientos de gorriones, me parecen millones, atrapan mis oídos con un incesante gorjeo, y mientras repaso la canción de Ismael Serrano -ataremos bandadas de gorriones a nuestras muñecas / huiremos lejos de aquí a otro planeta/ llévame donde no estés/ un muerto encierras-pienso en Beinusz como un gorrión popular y revolucionario que se ha echado a volar.

Me decido a atrapar la escena y el canto de los pájaros del cementerio y apunto el celular hacia las alturas y filmo. Alguien me abraza de atrás, era Manuel nieto de Beinusz que me había seguido para alcanzarme con su abrazo y mientras llora me dice gracias porque sabe que he querido tanto a su abuelo que llevo conmigo parte de su almita.