El estallido

La Argentina que conocíamos hasta el domingo ha llegado a su fin. Como un largo proceso subterráneo descomponiéndose en las profundidades de la vida social, la elección de Milei sella el punto final del orden político que organizó al país desde 2009: el bicoalicionismo. Milei fue el mejor “ladrillo” que encontró la sociedad para romper ese poliédrico complejo de ventanas que amurallaba una idea tan ponderada por los politólogos que terminó por agotar a la sociedad. Efectivamente, las disfuncionalidades económicas y políticas de ese sistema de polarización, hicieron que los argentinos de a pie, sin marco teórico, se autogestionen su propio sistema de polaridad: la casta. La sociedad contra la política.

Para esa tarea, nada mejor que un “loco”, alguien con la osadía para romper el orden cómodo de la política “racional”. Un jocker para estas pampas, que como en el film, le susurró al oído de la conciencia popular: “la locura es como la gravedad, basta con un pequeño empujón”. La elección de Milei fue contundente, incluso allí donde los estudios de opinión pública presagiaban menor competitividad: los conurbanos de las grandes urbes. Milei le caminó la sociología electoral, por igual, al macrismo (“para enterrar al kirchnerismo vote al mileisismo”) como al peronismo (“para representar a los desclasados vote contra el Estado”).

La ola libertaria barrió todo el territorio nacional: ganó toda la Patagonia, se impuso en la pujante demografía electoral de la región Centro y Cuyo (Córdoba, Santa Fe, Mendoza, San Luis y San Juan), y también en provincias que el peronismo creía amuralladas: Tucumán, la Rioja, Catamarca y Salta. El peronismo hizo, a nivel nacional, la peor elección de su historia (27,27%) y Juntos sufrió una derrota tan contundente como la de 2019: perdió en sus principales zonas de influencia tradicional (Ejemplo: Córdoba) y no logró vencer a Kicillof en la Provincia de Buenos Aires.

Dinamita, a por ellos

¿Qué expresa la victoria de Milei? En primer lugar, la primera minoría de la sociedad entiende que, para fundar una economía en el desierto argentino, se necesitará “dinamitar” los fundamentos del orden político que conocemos. Argentina transita una nueva década perdida, la segunda en 40 años de democracia, y los resultados sociales y económicos, salvo para los que se contentan con estadísticas conformistas, son alarmantes. Una economía que en términos reales no crece hace más de 10 años y una política que, como única respuesta, sólo encuentra cepos y atajos para no reformar. Para esta nueva minoría en conformación, el peronismo ya no expresa la idea de movilidad, sino más bien la defensa de intereses corporativos que buscan conservar un status quo que sólo beneficia a unos pocos: políticos, empresarios protegidos y el sector de trabajadores formales que aún logra empatarle a la inflación.

En otros términos, se trata de un diagnóstico radical, que ha corrido todo el mapa político de lugar: entre los votos de Javier Milei (“dinamitar el sistema”) y los de Patricia Bullrich (“cambios profundos sin consenso”), se está gestando una nueva mayoría social silenciosa, que entiende que ha llegado la hora de resetear la Argentina que nació en 2003: la suma de los votantes de ambos dirigentes (excluyendo los de Horacio Rodríguez Larreta), totalizan un 47,02%. Para esta nueva mayoría en conformación, no hay compromiso posible con el sistema de poder político y económico expresado en el pan-kirchnerismo: parafraseando a Patricia Bullrich, es todo o es nada. O como rezaban los cánticos en el búnker libertario: que se vayan todos.

¿Cuál es el incentivo fundamental que guiará a Milei de acá a la elección de octubre? Profundizar su radicalidad. Esa radicalidad, posiblemente empuje a la economía a la realización de una suerte de profecía autocumplida, pero el costo de ese deterioro lo seguirá pagando el núcleo político de la época que se está terminando: el kirchnerismo. En una escena memorable de Juego de Tronos, el personaje apodado Little finger afirma que el “reino” es una historia que decidimos contarnos una y otra vez hasta que nos olvidamos de que es una mentira. Su contraparte en la conversación, Lord Varys, le responde que cuando abandonamos la mentira, sobreviene un foso que aguarda para engullirnos a todos. Little finger le retruca: el caos no es un foso, es una escalera. Ante un sistema que bloquea sistemáticamente cualquier esfuerzo de transformación, ese caos puede ser de repente una opción racional. O, en todo caso, una buena parte de la ciudadanía puede sentir en carne y bolsillo propio que esa supuesta “racionalidad” está armada contra ellos: “Macri era racional, Alberto Fernández era racional, ¿dónde me deja a mi tu racionalidad?”.

El viejo orden

La larga crisis croniquizada que se abre en 2008 no tuvo ninguna resolución constituyente. En fuga permanente hacia adelante, la crisis que se administra, pero nunca se resuelve, fue generando un proceso sostenido de desafección. En esta elección, votaron por primera vez los jóvenes nacidos entre 2007 y 2008. Han crecido en una sociedad que, desde 2011, no ha generado empleo privado formal, no ha crecido ni se ha desarrollado económicamente y que nunca ha tenido una inflación menor al 20% anual. Han presenciado, en la narración de sus padres, el fin de la Argentina del espacio público (la crisis de la escuela, del hospital, la privatización forzosa de la calle como consecuencia de la inseguridad y el debilitamiento comunitario del barrio como territorio de socialización) y del sueño aspiracional laico de la Argentina peronista: el trabajo formal y el ascenso social por la vía de la propiedad (casa y auto) y la realización familiar (vacaciones y profesionalización exitosa).

Estamos transitando un 2001 por otros medios. Quizás las redes sociales y las políticas de contención funcionan como el amortiguador que ha evitado que el orden estalle afuera (en la calle), pero el rio siempre encuentra su cauce: la sociedad ha utilizado las PASO, esa creación de nuestra dirigencia nacional, para hacerlo. ¿Existía una salida alternativa a esta puerta que se ha abierto? Como sugerimos en un texto escrito a principios de este año, la posibilidad de reconectar la política con la sociedad, desde el punto de vista del sistema, implicaba reformular las coaliciones existentes, para que las nuevas emergentes, pudieran traducir de manera más cabal los clivajes realmente existentes en la sociedad. Creando nitidez en la oferta electoral en lugar de confusión y fragmentación.

En concreto, ese ejercicio teórico, suponía que, un sector de Juntos (liderado por Mauricio Macri y Patricia Bullrich) pudiese fusionarse con Javier Milei, dejando disponible al radicalismo y al larretismo, para junto con sectores federales del peronismo y pedazos del Frente de Todos, fundar una fuerza de centro, que amortiguara el impacto electoral potencial que tendría para el kirchnerismo gobernar en crisis y en el final de una época. Si bien se trataba sólo de un ejercicio, fue mutilado por los “apóstoles” de la unidad juntista. Veían en esa hipótesis una “intromisión” que, de producirse, sería funcional al kirchnerismo, dividiendo la oposición. El conformismo y el conservadurismo no son sólo kirchneristas.

¿Qué harán Unión por la Patria y Juntos en esta coyuntura crítica -este cachetazo- que les toca afrontar? El Gobierno hoy es Massa. Pero como una tragedia griega, también será su candidato en octubre. Esto genera tensiones contradictorias entre sus dos funciones: administrar responsablemente una crisis, pero sin resolverla y vender electoralmente esa imposibilidad. ¿Por qué imposibilidad? Porque el timing no permite una salida reformista, pero además porque la coalición frentetodista está armada para evitar cualquier dispositivo reformista (ejemplo, reformas estructurales y un plan de estabilización).

Y este es el segundo problema de Massa: debe ofertar en octubre, una suerte de “Frente de Todos 2”, con las listas llenas de cristinistas duros que anticipan una resistencia a cualquier intento de reforma, incluso de un eventual gobierno de Massa. Es difícil que una amplia mayoría de la sociedad, no vislumbre que lo que propone hoy el oficialismo es una nueva frustración. En otros términos, la oferta electoral anticipa una nueva interna a cielo abierto pero recrudecida: Massa (que no es Alberto) en el ejecutivo y La Cámpora bajo las órdenes de CFK en las Cámaras. ¿El país está en condiciones de quedar rehén nuevamente de un dispositivo lleno de toxicidad política? Es “demasiado complejo” antes de empezar.

Qué inventarás, Sergio Tomás

La diagonal que intentará el oficialismo, es buscar polarizar en un eventual ballotage contra Patricia Bullrich o Javier Milei. Es decir, procurará montar una inmensa campaña del “miedo”, defensiva, desanclada de cualquier atisbo de “futuro” o “esperanza”, para de ese modo, cimentar una suerte de mayoría anti-trumpista o anti-derecha en las actuales condiciones de Argentina, y con ese bloque-enfoque, tratar de entrar a un ballotage. El ejercicio es difícil. Es cierto que, desde el punto de vista conceptual, hubiese sido un ejercicio inocuo contra un rival como Horacio Rodríguez Larreta, que hubiese cabalgado con comodidad por la sociología electoral del centro, sin los costos de ser oficialista y gestionar una gestión económica en crisis. Con Bullrich y Milei, al menos desde lo conceptual, el ensayo es posible. Pero ¿es viable para Massa trasladar la inestabilidad económica pos-PASO a la oposición? ¿Tiene margen demográfico para reconstruir una minoría competitiva en el medio de una crisis económica que se profundiza rumbo a octubre? ¿Puede expresar una resistencia democrática de centro con una parte de su coalición volcada a una suerte de alt-left pos-kirchnerista? Pero fundamentalmente, la elección demuestra que “la derecha” es un miedo del sistema político (del kirchnerismo), no de la sociedad. La sociedad ha construido su propia racionalidad política, y para bien o para mal, está completamente alejada de la racionalidad de la élite argentina.

Los problemas no son menos complejos para Juntos, posiblemente el gran derrotado de esta elección. El interrogante central es de naturaleza estratégica: ¿qué hará Patricia Bullrich? ¿Buscará radicalizarse hasta octubre para de esa manera neutralizar a Milei? ¿Es posible ese movimiento no siendo la front runner de la elección? ¿Retendría con esa estrategia los votos de HRL? Alternativamente, ¿Tiene las condiciones políticas y sociales para buscar plantarse en el centro de la contienda electoral? Quizás la alternativa más productiva que tenga Bullrich sea la de evitar caer en los simplismos (ir al centro) e instalar su propio clivaje: orden versus caos. El Caos ya tiene candidato, el Orden ninguno. Ella versus Milei.

Ese juego tiene una complicación: la Provincia de Buenos Aires. Allí, la gran performance de Milei, paradójicamente, abre la posibilidad de que el kirchnerismo tardío retenga la provincia. ¿Esa puede ser la llave para lograr un sistema de cooperación entre libertarios y juntistas? ¿Podrían, por ejemplo, consensuar un solo candidato a gobernador? ¿En caso de ser posible, podría ese esquema repetirse en los candidatos a intendente? Visto desde este lunes, parece difícil.

La política no lideró la reformulación del sistema político y la sociedad se la impuso. Sea como sea el resultado final de octubre, la mutación del sistema presagia la necesidad de un exceso de liderazgo político. A mayor liderazgo, mayor orden y estabilidad en la transición de un nuevo sistema político, y posiblemente, mayor capacidad para consensuar e instrumentar las reformas económicas postergadas. A menor liderazgo y mayor faccionalismo político, mayor descomposición política, territorial, económica y social. En otros términos, está por verse si 2023 es el final de una larga crisis (nuestra segunda década perdida) o una posta más en este espiral de decadencia de la Argentina que supimos conocer.

Imágenes: M.C. Escher.